sábado, 6 de noviembre de 2010

Dos capitulos del Súcubo

Les dejo los dos capítulos que faltan del Súcubo, que los disfruten.

SÚCUBO V. 6.0

Ahora ya no entendía nada. Me senté en la cama y comencé a acariciar los arañazos que tenía en el pecho,... eran muy reales, tan reales que me dolían y me escocían terriblemente. Su perfume aún persistía. Lo podía oler todavía en la almohada y que yo sepa, los sueños no huelen. Entonces ella me había visitado, después de muerta, ella venía a mí. Me maravillo ante este nuevo mundo, ante estas posibilidades que tengo. Nada me asombra, nada me asusta. Todo el racionalismo que siempre guió mi vida y mis actos, todo lo que aprendí en la facultad de medicina se había vuelto totalmente caduco, frente a mi nueva "naturaleza". Me podían decir la cosa mas disparatada y a mí me iba a sonar natural.

Me hubiera gustado hablar con el viejo y contarle todo esto. Mi sueño debía tener una explicación, en realidad, la visión de Morgana debía tener lógica dentro de esta ilógica vida. Bueno, existía la posibilidad que yo mismo me haya hecho las marcas y que el perfume sea pura alucinación. No debía olvidarme que estaba en su cama y podía ser que todavía hubiera algo de ella dentro de la casa.

Llegué tambaleando a mi oficina, cansado y sudoroso. Llevaba la ropa del día anterior y los bajos del pantalón estaban manchados. Mi aspecto era lamentable, tenía la barba crecida y el pecho me ardía demasiado.

Con un gesto automático abrí el cajón buscando la petaca de whisky. Miré la hora, eran las nueve y treinta.

- "No podés empezar a tomar a esta hora" - me dije, un poco asustado de mis hábitos. El interno sonó. Con voz agotada atendí. Era Beatriz que me informaba que el director me estaba buscando.

Corrí al baño a lavarme la cara y adecentarme un poco, (mi facha era desastrosa) antes de encontrarme con el doctor Pérez Acosta.

Fue una tarea prácticamente imposible. Mi cara no tenía arreglo. Estaba pálido, ojeroso y demacrado. La camisa era una gran arruga estirada sobre mi torso y los pantalones daba pena verlos. Además me preocupaba acercarme a Beatriz. Los chismosos de siempre ya habían inventado un romance, por eso trataba de mantenerme muy lejos de ella.

Golpee tímidamente la puerta del despacho. Beatriz se acercó a abrir personalmente. Sonrió amable y me señaló la puerta del despacho del jefe.

- Rápido, está un poco molesto.

Ella entró primero a la oficina y me anunció. Yo la seguí a los pocos minutos. El viejo doctor Pérez Acosta leía un expediente. Hizo un gesto vago hacia una silla muy dura frente a su escritorio. Sin decir una palabra me senté y esperé lo peor.

Levantó la cabeza de lo que leía y me observó con sorpresa. Creo que no esperaba verme con tan mal aspecto. Por una vez agradecí mi mala suerte. Su actitud cambió mucho, creo que lo dejé sin argumentos. Cerro el expediente con suavidad y lo dejó. Se paró y rodeó el escritorio. Se apoyó en él y me tocó el hombro.

- Hijo, usted no está nada bien.

No respondí. Preferí mantenerme callado y observar sus ojos azules, algo fríos.

- ¿Tiene algún problema familiar?

Seguí sin responder. Bajé la cabeza y oculté mi cara. Eso parece que lo conmovió un poco.

- ¿Tuvo alguna queja de mi trabajo? - dije, finalmente tomando valor.

- No, todavía no. Pero si las cosas continúan de esta manera tal vez pronto comience a cometer errores. Además, a mis oídos llegó un rumor un poco extraño. ¿Es cierto que tiene un romance con mi secretaria?

Lo miré nuevamente a los ojos. No pude más y solté una larga carcajada. Pérez Acosta me miró encolerizado.

- Joven, no sea irrespetuoso.

- Es que es una cosa tan, pero tan disparatada que no puedo creer que alguien haya perdido el tiempo en decirle algo tan estúpido. ¿Quiere preguntarle a ella?

- No es necesario. Creo en su palabra.

Sonreí y asentí con la cabeza. Él comenzó a pasear por la oficina, con las manos en los bolsillos.

- Disculpe, pero realmente lo veo muy desmejorado, tal vez tenga stress, sería bueno que visite su médico - sugirió Pérez Acosta.

- Si, puede que así sea, últimamente tengo pesadillas - dije, sin pensar.

El viejo doctor se paró en seco y me miró con ojos grandes.

- ¿Usted se analiza?

- No señor, no creo en el análisis - de pronto la boca se me secó y las sienes me palpitaban. Comencé a ver todo negro.

Desperté en una camilla del Hospital de Clínicas. Estaba en la guardia y la enfermera me tomaba la presión. Una doctora escribía sentada al frente de una diminuta mesa.

Cuando me incorporé la enfermera dejó escapar una maldición.

- ¡Por Dios, doctor! Casi me mata del susto, no era necesario saltar así.

- Perdón enfermera. La verdad es que no se que hago acá.

La médica por fin levantó la cabeza del papel.

- Se desmayó en el despacho de su jefe. Ahora mismo le estoy recetando unas largas vacaciones. Imagine que le pase algo mientras está operando.

La miré sonriendo.

- Mis pacientes nunca se quejan, ni hacen juicios por mala praxis, no se preocupe, trabajo en la morgue.

Ambas mujeres rieron. Hice lo posible para que ninguna de las dos mujeres se me acercaran demasiado. De esa manera podía controlar sus reacciones y lograr solo una corriente de simpatía, nada más (me interesaba serles totalmente indiferente).

La doctora se acercó a la camilla y señaló mi pecho, mirando con curiosidad.

- ¿Qué le pasó, doctor? ¿Cómo se hizo esas marcas tan feas?

La miré fijamente y sonreí (iba a usar una pequeña porción de poder).

- Jugando con mi gato.

- Debería cortarle las uñas a ese animal, puede ser peligroso. Se puede infectar.- fue todo su comentario, mientras me alcanzaba el papel con el certificado de mi licencia.

Me dejaron ir solamente cuando les prometí que iba a hablar con mi médico de cabecera. En la sala de espera estaba el viejo, sentado, leyendo una vieja revista. Estaba vestido igual que la primera vez que lo vi. Me acerqué y él dejó de leer. Clavó sus ojos en mi e hizo una mueca, semejante a una sonrisa.

- ¿Estás mejor? Cada vez que tengas problemas, no puedo hacer que te desmayes...

- ¿Que dice?

- Simplemente, que no hay nada de peligroso en ese desmayo, lo hice para sacarte del problema que estabas metido.

- Bien, entiendo, y ahora ¿qué hace acá? - fue mi respuesta, un tanto descortés. No le pregunté cómo sabia que estaba en problemas, era inútil. Nunca me hubiera respondido.

El no contestó. Amplio la sonrisa y señaló mi pecho. El maldito sabía lo que tenía allí, a pesar de llevar la camisa puesta. Instintivamente llevé mi mano al lugar lastimado.

- Morgana estuvo haciendo de las suyas. Nada la detiene cuando se encapricha.

- ¿Por qué habla así de ella? ¿Capricho? Usted mismo dijo que me amaba.

- Mi hija es una gran caprichosa.

- Tan difícil le resulta pensar que está enamorada? ¿Por qué me odia tanto?

- No hijo, no te odio. Pero no puedo evitar pensar que ella está un poco loca si desafía así al Señor y al destino de esta manera, reuniéndose contigo a pesar de saber que no puede hacerlo.

- ¿Qué significa?

El viejo se encaminó hacia la puerta. Yo lo seguí. Cada vez me indignaba más hablar con él. Le encantaba el jueguito del gato y el ratón. Eso me trastornaba.

Salió del hospital y comenzó a caminar por la Avenida Córdoba en dirección a la morgue. El paso que alcanzaba era muy difícil de seguir. Imposible para su edad... en realidad ¿qué edad?

-¿ Podría contestarme, no?

- Podría... pero no. Es muy arriesgado para ambos.

Seguí caminando a su lado. Medité sus palabras. Y saqué la conclusión que si era arriesgado, de alguna manera Morgana podía volver. Guardé silencio y lo seguí tres o cuatro pasos detrás.

Llegamos a la puerta del edificio de Morgana y entro al portal. Se detuvo en la puerta y me miró.

- Seria bueno que me devolvieras las llaves.

- De ninguna manera, señor. La casa de Morgana es mía. Y se la pienso devolver a ella, personalmente. Además, usted me va a decir como puedo hacer que vuelva.

Me arrancó las llaves de la mano y abrió la puerta de entrada. Llegamos al departamento y se sentó en el sofá. Su expresión era un poco dolorida.

- ¿Conocés la historia de Orfeo?

- Seguro, una leyenda griega. Un hombre que llega al infierno para rescatar al amor de su vida.

- Te anticipo que no es una historia con final feliz. Él comete una estupidez y ella vuelve al averno, sin ninguna posibilidad de liberación, ni esperanza.

- Quiero arriesgarme. No me importa lo que piense. Si ella vino la otra noche solo puede significar que quiere que la encuentre.

- No puedo hacer nada. Ustedes están locos, solo queda sentarse a mirar y anticipar el desastre.

Su poca fe en mi me ponía frenético. No entendía porque era tan escéptico, ni porque se comportaba así ahora, después de todas las muestras de comprensión y afecto que me dio en el pasado.

- Debe decirme que manera puedo llegar al lugar donde está ella.

- Está en el infierno. Te arriesgas a ir hasta allá a liberarla.

- Por supuesto. ¿ De que manera llego?...

- Esta noche, a las once y treinta te espero en Florida y Roque Sáenz Peña.

- ¿Que hay allí?.- pregunté divertido.

- La entrada al infierno, en la estación Catedral, en el subte D...



SÚCUBO V.7.0

Fui puntual. Llegué a las once y veinte a la esquina de Florida y Roque Sáenz Peña. La calle inexplicablemente se veía desierta. Buenos Aires es una ciudad noctámbula. Esa noche, parecía el Sahara... Nadie... Eso me puso un poco nervioso, por no decir que me aterró terriblemente. Me senté al pie del monumento que está frente al Bank Boston. Hacía frío pese a ser casi verano. Era un frío que se te colaba por debajo de la ropa y se clavaba en la piel como alfileres. Los minutos pasaban y el viejo no llegaba. Metí las manos en los bolsillos de la campera. Sentía los dedos helados y la cabeza me latía de dolor. Varias veces pensé en volver a mi casa y olvidarme de esta locura, pero, luego la recordaba y me sentía mal por mi maldad.

Allí veo al viejo, caminando con su paso vivaz. Se acercó a mí con expresión dolida e invitó a pararme con un gesto de su mano.

- Estas a tiempo, podes volverte.

Moví la cabeza negativamente. Me puse de pie.

- Vamos... que no esperan.

Encaminó sus pasos a la boca del subte. Yo lo seguí, convencido de encontrar la reja puesta. La entrada estaba abierta y una luz verdosa iluminaba el túnel. Era una luz que no salía de las lámparas que colgaban del techo. Mas bien salía desde el piso, como fosforescente. Caminábamos hacia las escaleras mecánicas. Estaban funcionando. Miré al viejo y él me hizo un gesto con la cabeza para que observara con atención al final de la escalera.

Tres enanos hacían mover la maquinaria. La fuerza de sus piernas era impresionante y sus ojos eran carbunclos encendidos. Cuando llegamos a su altura, uno de ellos escupió al viejo en pleno rostro. Sin inmutarse, le cruzó la cara con una sonora bofetada. El enano siguió pedaleando mientras gritaba al viejo en algo que me pareció sánscrito. Él movió su mano derecha con elegancia, en un gesto displicente. Volví a verle la palma agujereada.

- ¿Por qué hizo eso? - pregunté.

- Son esclavos. Necesitan provocar para ser castigados.

- ... a mi no me hicieron nada...

- Es que no pueden verte. No estás muerto.

Otro misterio. Seguimos caminando. La luz seguía siendo verdosa y espectral. Nos acercamos al vagón. Un personaje extraño custodiaba la puerta. Llevaba una larga barba entrecana. No tenía cabello en la cabeza, ni siguiera cejas. Vestía un largo saco gris y unos pantalones anchos. Sus ojos también eran carbunclos y la cara carecía de expresión.

El viejo levantó la mano derecha y el personaje lo imitó. No se hablaron, solo mantuvieron un rato las manos unidas. Se soltaron y el viejo me llevó a un costado. Sacó una moneda del bolsillo de su abrigo y la deslizó dentro del bolsillo de mi campera.

- Bueno, aquí nos separamos. Ahora debés seguir camino solo. Con esa moneda pagarás el viaje a Caronte. Él te va a llevar donde está Morgana. Por lo demás, tendrás que arreglarte solo. Y acordate de Orfeo!!!

Tomé la moneda. Debía tener unos tres mil años. Era una moneda griega. Me acerqué a Caronte. El viejo apuró el paso para salir del andén. La última vez que lo vi, se acercaba a la salida. Caronte estiró la mano. Pensé en el Caronte de la leyenda, el botero. Este conducía un subte, como cambian los tiempos!!!

De pronto, la repuesta de Caronte sonó en mi cabeza.

- "¿Es que acaso ves algún río subterráneo aquí?"

Así que esa era la manera de comunicarse, mediante telepatía. Esto realmente se ponía bueno. Ahora solo quedaba preguntar por Morgana.

Caronte tomó la moneda y se hizo a un lado para dejarme entrar al vagón. Era un vagón común, iluminado por la luz espectral. Casi todos los asientos estaban ocupados. Todos sus ocupantes eran pasajeros al infierno. Y todos estaban muertos. Los ojos le brillaban. Todos clavaron sus ojos inquietantes en mí, el único con los ojos sin brillo. Quise hacerme chiquito y desaparecer. Me senté en un lugar libre. A mi lado estaba una mujer muy gorda, con su estómago totalmente abierto. Sonrió y me mostró sus dientes todavía llenos de restos de comida.

- ¿De qué te moriste, lindo? - preguntó

Yo la miré. No tenía ganas de hablar y mucho menos con esa asquerosa mujer. Se adivinaba la razón de su condena, una voraz gula.

Ella no se resignaba a mi silencio. Quería hablar, como si el sonido de su propia voz la serenara.

- Yo me morí de tremendo ataque de peritonitis - dijo riéndose -. Comí tanto que quedé así, cuando los médicos quisieron salvarme, no pudieron hacer nada. Pensar que yo era muy flaca...

La curiosidad pudo más. La miré, interrogante.

- Cuando me casé pesaba a gatas cincuenta kilos. Al principio mi marido era un hombre muy dulce y me colmaba de atenciones, pero un buen día, algo comenzó a funcionar mal entre nosotros. Empezó a alejarse y yo me desesperé. Llegué a extremos. Lo hice seguir por un detective.

No pude evitar una sonrisa. Ella también sonrió, aunque con algo de tristeza.

- Descubrió lo que ya sospechaba. Me engañaba con una mujer corpulenta. Grandota y grasienta, con piernas como columnas del Partenón.

Esa misma noche le tiré las fotos en la cara. Él sonrió y me dio las gracias. Yo misma le había hecho tomar la decisión de dejarme. Armó su valija y me dejó, llorosa y suplicante. Lloré diez días sin parar. No me bañaba y comencé a devorar vorazmente todo lo que caía en mis manos. Inconscientemente quería parecerme a ella.

Mis padres estaban destrozados. Trataban de hacerme entender que mi marido no iba a regresar, que no me lastimara. Comencé a engordar, era imparable. Por más que no comiera nada, seguía engordando. Me había convertido en un globo aerostático, un elefante blanco.

Una de las pocas veces que salí a la calle, me crucé con ellos. Ella había bajado de peso, estaba delgada y a mi lado parecía hermosa. Me había convertido en una gorda patética.

Detuvo su monólogo para tomar aire. Toda su historia la contó prácticamente sin detenerse.

- Que ironía - dije - morirse de peritonitis y de amor.

Ella me miró y sus ojos brillaron aún más.

- Es cierto, me morí de amor.

En su voz había orgullo. Cruzó sus brazos sobre el abdomen abierto y se acomodó mejor. Parecía que mi descubrimiento la había hecho feliz.

La voz de Caronte resonó en mi cabeza.

- "Estamos llegando"- dijo - "Debes buscar a Morgana muy cerca de la Gran Señora".

No sabía como hablarle, así que pensé la pregunta y lo miré a los ojos.

- "¿Quién es la Gran Señora?".

- "La Gran Señora es eso a quién ustedes llaman el Diablo, ¿o no sabés que el diablo es una mujer hermosa?

No pude evitar una sonrisa y por un segundo creí que él sonreía también.

- "No esperes más ayuda de mi parte. Nada más puedo hacer por ustedes".

- "Gracias. Tu ayuda fue muy valiosa".

Él nada respondió, me dio la espalda. Comencé a mirar a mi alrededor, a observar a mis compañeros de viaje. Vi a un ladrón, dos asesinos, un ejecutivo encopetado que había muerto de un ataque al corazón en plena reunión de directorio. En realidad, la única que no merecía ir al infierno era esa pobre mujer patética, obsesionada y autodestructiva.

Las luces se hicieron un poco más brillantes. Era fría, muy dura. Lastimaba los ojos. En realidad me lastimaba a mí a pesar de los lentes. El resto no se daba cuenta de nada.

Todos estaban algo agitados, como presintiendo la llegada a destino. El vagón se detuvo suavemente en una plataforma muy blanca y helada.

Reí para mis adentros. El Dante nos había mentido, increíble que el infierno fuera así. Parecía un hospital. Todo lleno de azulejos y frialdad. Cuando hablaba, el vaho que despedía tenía cuerpo.

Ningún fuego, solo un frío que te taladraba hasta el cerebro. Poco a poco fuimos bajando del vagón. Traté de quedar último, así pasaría desapercibido.

Uno con traje de las SS hacía el recuento de los pasajeros. Fueron pasando lista. Todos respondieron a sus nombres mortales y fueron saliendo por una puerta color azul.

Quedé el último. El SS me observó un buen rato. Caronte salió en mi defensa. En realidad nunca supe a ciencia cierta de que hablaron. El siniestro SS rió un buen rato y me franqueó la entrada.

- Pasá, a los locos nunca hay que negarles nada.

Estaba tan feliz que no me importó su comentario. Entré a una gran sala color gris. En el fondo se levantaba una gran tarima. Grandes grupos estaban dispersos por toda la sala. No sabía que hacer, preferí quedarme solo. Pronto, mi compañera de viaje se acercó y tomó mi brazo.

- Vení, estas solo. Quedate con nosotros.

Los asesinos se miraron entre ellos. Dos grandes agujeros de balas les había abierto la cabeza y el abdomen.

- ¿Qué le pasó a tus ojos? No brillan como los nuestros... - preguntó ella, reparando en ese instante.

La entrada de la Gran Señora me evitó responderle. Menos mal, no sabía que decir.

Su entrada fue roncanrrolera. Casi se podía oír la orquesta tocando "Así hablaba Zaratustra". No pude evitar una sonrisa.

El piso de la tarima se abrió en dos y apareció la "Gran Señora". Parecía una jovencita beatnik de los años '60. Un traje negro y un suéter de cuello alto. El cabello, negro, largo, espeso, le llegaba al hombro. Sus ojos eran color ámbar con pupilas muy dilatadas. Estaba rodeada de mujeres, todas iguales. Su guardia de corps supuse.

Levantó los brazos, exigiendo atención. Todos la miramos. Tenía un rostro que quitaba el aliento. La perfección de sus rasgos era sobrenatural. Definitivamente, el ángel más hermoso del cielo.

- Algunos estuvieron toda su vida trabajando para este momento. Consciente o inconsciente. Unos escépticos, otros convencidos. Bueno amigos, sean bienvenidos al Infierno.

Nadie respondió. No hubo aplausos ni emoción alguna. Era como si hablara con un grupo de muñecos.

- Cada uno tiene su condena. Cada cual debe pagar por lo que hizo. Pero acá no hay calderos hirviendo, ni nada que se le parezca. Solo lo que más odian, lo que más teman. Y así, por toda la eternidad.

La multitud se estremeció. Vi la expresión de los ladrones, ambos se tomaron de las manos, como queriendo impedir que los separen. La mujer gorda se estremeció. El ejecutivo movió la cabeza, como negando lo obvio.

La Gran Señora hizo un gesto con la mano y varios demonios menores entraron a la sala. Iban tomando a cada uno de los condenados y los guiaban hasta unas puertas que se abrieron en los costados de la sala.

Gritos, súplicas, corridas. Parecía que recién ahora se daban cuenta de lo que realmente pasaba, que estaban en el Infierno y que no había retorno.

Una mano me tomó del brazo. Enseguida la reconocí. Vi sus uñas largas y cuidadas y la voz acariciante.

- ¡Hola, amor! Viniste... recibiste mi mensaje. ¡Por favor, no te des vuelta a verme! Debemos escaparnos lo antes posible.

Tuve que reprimirme para no destrozarle la boca a besos. Con un esfuerzo sobrehumano continué mirando hacia delante. Caminé ciegamente hacia la puerta. Su perfume me enloquecía. Necesitaba verla, de cualquier manera. Volteé apenas, ella clavó sus uñas en mi brazo.

- ¡No! Hasta que lleguemos a un lugar seguro debemos disimular.

Salimos, ella iba conmigo y era lo único que me interesaba. Nada más me importa. Era feliz.

Llegamos al andén. Le pregunté sin mirar.

- ¿Morgana, como salimos de aquí?

- Debemos huir por el túnel del subte antes que alguien nos vea.

- Pero... Caronte.

- Él nunca dirá nada.

Lo miré, buscando su aprobación. Él me observó con sus ojos vacíos y su cara de granito.

El vagón no estaba. Las vías estaban libres. Decidimos bajar y correr por las vías hasta llegar hasta la estación Catedral. El plan era un poco descabellado, pero tenía tanta necesidad de ella que no me detuve a pensar nada. Comenzamos a correr de la mano. Sentí la calidez de su palma y su respiración agitada cerca de mí.

Corrimos desesperados no sé cuanto tiempo. La luz todavía se veía muy lejana. Ella me animaba con suaves apretones a mis dedos. Y su perfume, intoxicante. Quise volverme un par de veces para verla, pero ella me lo impidió con voz perentoria.

- ¡No! Debemos estar seguros.

La luz estaba ya muy cerca. A escasos pasos. Pero sentía que la mano de Morgana se hacía más pesada y que no corría con tanta velocidad. Su respiración era dificultosa, se movía con menos agilidad.

- ¿Morgana, que pasa?

No respondió. Me alarmé. Tenía miedo que algo le pasara. Estabamos muy cerca de huir, realmente había sido demasiado fácil. Demasiado.

Me detuve. Su mano era gruesa y sus dedos no eran finos y afilados. No pude más y me volví a mirarla... No era Morgana, era la mujer gorda!!!

- Sigamos - me instó ella -. Nos falta poco.

Hice un gesto de asco y la solté, ella comenzó a seguirme con paso elefantino y los brazos extendidos. Enredé mi pie en un durmiente y me golpeé.

Desperté en una cama de hospital. Me levanté con cuidado. Estaba atontado y con mucho frío. Me acerqué a la ventana con barrotes y en la que faltaban algunos vidrios vi a Morgana y a su padre hablando en jardín sórdido y mal cuidado. Cerca de ellos se veían hombres harapientos, sucios. Algunos reían con sonrisa idiota, otros sentados al sol no hablan, solo se limitaban a mirar fijo hacia adelante.

- ¡¡¡Morgana!!! - grité, asomándome por un agujero.

Hubo alarma en el jardín. Algunos hombres vestidos de blanco corrieron. Recién allí me fije en la ropa de Morgana y su padre, iban vestidos con largas batas blancas de doctor.

Segundos más tarde irrumpieron en la habitación. Me tomaron de los brazos y me tiraron sobre la cama, sujetaron los brazos a los lados y me aplicaron una inyección. Los siguió el padre de Morgana y ella misma.

Entre en un sopor, lo que no impidió oírlos hablar de "mi historia".

- Aquí tenemos al doctor Juan Hierro, paranoico, esquizo, con manía de persecución. Lo encontramos hace casi un año en las vías de la estación Catedral, desmayado.

Me moví inquieto en la cama, quería hablar con ella. Morgana les explicaría de su error. Solo pude decir incoherencias.

- Vamos - dijo ella - parece que lo ponemos nervioso.

Intenté suplicarle que no se fuera, pero inútil. Dejaron la habitación todos juntos.

Finalmente me dormí con esos sueños pesados que dan los narcóticos.

Igualmente la veo entrar, bellísima, blanca y desnuda. Ella siempre vuelve... disimula ante todos... que importa que crean que estoy loco y que me aten y me droguen si la tengo. Es un precio muy bajo por su amor. Yo volví del infierno (¿o aún estoy en él?).

-Ven desde el fatal sueño

del deseo

ven a mis sueños...

...estoy esperándote.

Buenos Aires, 24 de Noviembre de 1999

3 comentarios:

  1. NORAA PERO SI ME HAS DEJADO CON LA QUIJADA CAIDA MUJER BUENISIMA LA HISTORIA, Y CLARO UN FINAL INESPERADO.

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  2. ESPERO SIGAS COMPARTIENDO CON LAS REYNAS TU TALENTO.


    BESOS.

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  3. Pero tu que comes para que la cabeza te funcione de semejante manera?
    Me quedé a cuadros. Nunca me esperaría un final tan sorprendente y la trama me encantó!
    Como todo lo que escribas sea así de absorbente e impactante ya te veo vendiendo libros como churros por todo el mundo.
    Felicidades por ese talento.

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